Frases que me llaman la atenci�n
1.� La primera es de Arcadi Espada en su columna de El Mundo del 27 de noviembre...
��� "Un Estado no puede observar pasivamente c�mo en una parte sustancial de su territorio prenden los ideales antidemocr�ticos".
1.� La primera es de Arcadi Espada en su columna de El Mundo del 27 de noviembre...
��� "Un Estado no puede observar pasivamente c�mo en una parte sustancial de su territorio prenden los ideales antidemocr�ticos".
���� Soy cada vez m�s nihilista, m�s tao�sta, m�s naturista e incluso m�s naturalista.
���� Soy cada vez m�s plat�nico y menos aristot�lico, m�s solitario y menos solidario.
���� Soy cada vez menos estoico (excepto en lo relativo a la ataraxia, que es la versi�n occidental del desapego budista) y m�s epic�reo. Los seguidores de esa doctrina, que no era doctrina, sino postura vital, cre�an que la vida p�blica, y no digamos la pol�tica, es fuente de sufrimiento, estupidez y desdicha.
���� Escribo estas l�neas metido en una vanette que previo pago de siete d�lares me lleva de Kampot a Pnom Penh. M�s que metido deber�a decir embutido o, incluso, envasado al vac�o, pues los arrendatarios de la diligencia la han llenado hasta los topes de tal modo que... Lo explico.
���� Sobre mis rodillas, aprisionadas entre el borde de mi asiento y el respaldo del delantero, descansa una mochila de notable envergadura, cuya propietaria -una morenaza de infarto invasivo (y sospecho que evasivo) con minifalda a ras de pubis y escotazo revent�n- ha depositado all� con una sonrisilla de disculpa.
���� Siguen, en nombre de la no discriminaci�n, las medidas discriminatorias... �Por qu� yo no puedo regalar a los Reyes, si tal fuese el caso, lo que me venga en gana? Con tan est�pida decisi�n se perjudica a todo el mundo: a la familia real y a todos los espa�oles. Discriminada aqu�lla, que ya no puede aceptar un obsequio, por m�nimo que sea, y discriminados nosotros, a quienes se nos restringe la posibilidad de tener un detalle con la jefatura del Estado. �Qu� man�a la de legislarlo todo!
���� Los peri�dicos se han transformado en una chamariler�a especializada en la compraventa de cat�strofes, cr�menes, chorradas (gastron�micas, tecnol�gicas, de alta costura, de sexo, de consumo y del coraz�n) y, sobre todo, soplapolleces.
���� Hablar� s�lo de las �ltimas. Hoy, lunes 17 de noviembre, me he topado en la portada de este peri�dico con las siguientes (y no son todas)...
Cr�tica de la Raz�n Roja, del keynesismo y de la filosof�a de las Sandalias del Pescador
��
���� En Espa�a (no as� en otras partes del mundo occidental) se demoniza a los ricos, s�lo por el hecho de serlo, y se santifica a los pobres, s�lo por el hecho de serlo... Grave error, del que se deriva la galopante met�stasis de la pobreza que se extiende por nuestro pa�s.
������ Llevo ya varios d�as lejos de Caconia. Estoy a doce horas de vuelo. No s� si bastan para encontrarme a salvo. Los can�bales ib�ricos son prognatos. Sus prominentes mand�bulas y sus dentaduras hidr�fobas llegan a muchas partes, por lejanas que las mismas est�n. No conviene bajar la guardia. Lo mejor ser�a calzar a esos salvajes la mordaza de cuero que llevaba Hannibal Lecter en "El silencio de los corderos". Borreguitos, al fin y al cabo, son.
����� Enero de 2012. Estaba yo en un cayo del Archipi�lago de las Mil Islas (Laos). En �l hab�a dos villorrios, tranquilo el primero, en el que yo viv�a, y animadillo el segundo a causa del infame turismo mochilero. Fui del uno al otro en una sola ocasi�n, recorr�, entre la ida y el regreso, unos diez kil�metros, sud� a mares, me aburr�, volv� grupas asqueado y, para colmo, me pegu� un buen morr�n con la bicicleta. No est� ya uno para alardes deportivos. El camino era de tierra rugosa y pedregosa. Me fui de narices a una zanja envuelto en polvo, zarzas, ruedas y pedales. Mis huesos resistieron. Si llego a romperme alguno, habr�a tenido que remontar el Mekong en piragua, con la pata chula en la borda o el brazo a lo falangista, hasta la no muy cercana ciudad de Pakse −m�s de cien kil�metros aguas arriba− para alcanzar desde all�, en avi�n, la capital del pa�s. Pero no hubo caso ni, por ello, posibilidad de enriquecer mi historial heroico. Sal� indemne del batacazo, que fue de a�pa, aunque con las extremidades inferiores adornadas por un rosario de magulladuras y hematomas.